Con-vivencia
«Aceptando nuestras diferencias»
Cuando hemos vivido muy centrados en nosotros mismos y encerrados en la pequeña comunidad que nos rodea, resulta frecuente que la diversidad nos inquiete, nos perturbe.
¿Por qué los otros no son como yo? nos decimos a nosotros mismos, al apreciar las diferencias en la manera de ser y comportarse que tienen los demás.
Esta actitud individualista responde a un deseo inconsciente de igualarnos, de homologarnos, eliminando las diferencias que observamos en los otros respecto a nosotros.
Estamos tan arraigados a nuestra personalidad, a nuestro ego, que lo distinto puede llevarnos a enquistarnos en nuestra manera particular de ser y a mostrarnos intolerantes con lo diferente. Para llevar a cabo esta estrategia disponemos de un calibrador pasa-no-pasa que aplicamos a las personas y a las situaciones. Me refiero al juicio: Esto me parece bien, me gusta; esto no me parece bien, no me gusta.
Nos lo pasamos así, clasificando y juzgándolo todo, en un esfuerzo constante por perpetuar nuestra identidad, por arraigarnos más en nosotros mismos y en nuestros hábitos, creencias y tradiciones.
No obstante, existen momentos en los que las diferencias se tornan atractivas, interesantes, como cuando alguien se enamora, cuando viaja a otro país, o cuando prueba un platillo exótico. En esos casos, al empatizar a pesar de las diferencias, en cierta forma conseguimos trasladar nuestro centro de gravedad, nuestra consciencia, desde el “yo” hasta el “otro” o “lo otro”. Logramos ponernos en los zapatos del otro, resonar con sus valores, emociones y sentimientos, aceptar la situación; hacernos unos con ella.
El efecto resultante de ese sentimiento es la tolerancia y la solidaridad, esa actitud de “empeñarnos afanosamente por el bien común”. Por un bien que es del otro y mío, a un mismo tiempo.
El precepto de amar al próximo como a nosotros mismos, enunciado de maneras tan distintas por diferentes religiones e instituciones, asume algo que la física cuántica está demostrando: que somos parte de un mismo todo vinculado, linkeado, y que una acción ejercida sobre una parte de ese todo que constituye el mundo, conlleva efectos sobre todas las demás. El denominado “efecto mariposa” así nos lo recuerda.
Tal vez una de las oportunidades que está surgiendo en estos tiempos de gran conectividad y de achicar distancias, sea la posibilidad de abrirnos a lo distinto, a lo diferente y lograr al mismo tiempo desapegarnos un poco de lo conocido, de lo consabido, del “yo”. De esta forma haremos posible la creación de espacios de convivencia y daremos cabida a un comportamiento más ecológico.
Volvernos más inclusivos y menos exclusivos pareciera representar un atentado contra la personalidad. Pero, ¿no es precisamente esa personalidad la que desaparece durante la fascinación del enamoramiento, durante una puesta de sol, durante el trabajo en equipo o durante un momento de meditación?
La convivencia pacífica, sinérgica y constructiva demanda ser un poco menos “cada quien” y un poco más “nosotros”.
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© 2024 Vladimir Gómez Carpio
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