¿Quién vive en takiwatanga?
Un espacio-tiempo diferente
La extraña palabra que encabeza este artículo proviene del maorí, la lengua de los pueblos indígenas de Nueva Zelanda y no se refiere a un lugar, takiwātanga deriva de la expresión «tōku/tōna anō takiwā», que en dicha lengua significa: “en mi/su propio tiempo y espacio”.
El término fue acuñado por Keri Opai, lingüista, educador y autor maorí, como una forma más respetuosa, empática y humana de referirse al autismo o TEA (Trastorno del Espectro Autista). En lugar de centrarse en la supuesta “anormalidad” de quienes viven dentro del espectro, takiwātanga destaca que estas personas simplemente interactúan con el mundo desde una dimensión distinta, desde un espacio-tiempo propio.
No se trata de una enfermedad a tratar, sino de una forma diferente de ser, de percibir, de habitar la realidad. Esta mirada rompe con el paradigma médico tradicional que a menudo reduce a las personas a un diagnóstico, y propone una perspectiva profundamente inclusiva y humanizadora.
Pero esta noción va incluso más allá del TEA, lo que lleva a una pregunta esencial:
- ¿Acaso no vivimos todos en nuestro propio espacio-tiempo?
- ¿No interpreta cada ser humano la realidad desde su historia, su sensibilidad, sus heridas, sus anhelos y sus talentos únicos?
- ¿No es cada encuentro humano una confluencia entre dos mundos subjetivos, dos formas singulares de estar en el presente?
Todos somos distintos, y esa diferencia no debería verse como una barrera, sino como una riqueza. El problema surge cuando olvidamos esto y tratamos de forzar a los demás —y a nosotros mismos— a encajar en moldes rígidos de “normalidad”.
En la tradición maorí existe un gesto ancestral llamado hongi, un saludo ceremonial en el que dos personas se tocan la frente y la nariz, compartiendo el ha, el aliento de vida. En ese acto simple pero profundamente simbólico, el otro no es alguien a clasificar, corregir o juzgar, sino un ser con quien se comparte la humanidad.
Tal vez esa práctica nos deje una enseñanza urgente: la necesidad de mirarnos sin filtros ni etiquetas, sin juicios inmediatos. De abrir espacio para el encuentro genuino. De acercarnos no desde la corrección, sino desde la curiosidad respetuosa, la escucha profunda y la empatía.
Vivimos tiempos en los que la diferencia suele percibirse como amenaza. Lo distinto incomoda. Lo que no comprendemos, buscamos excluirlo. Pero quizá ha llegado el momento de dejar de combatir la diferencia y comenzar a reconciliarnos con la diversidad radical del ser humano.
Takiwātanga no es solo una forma más amable de nombrar el autismo. Es también un recordatorio poderoso de que cada persona tiene derecho a habitar su tiempo, a ocupar su espacio interior, a sentir y expresarse desde su verdad. Y si logramos acoger esa verdad en los demás, tal vez nos volvamos también más capaces de reconciliarnos con la nuestra.
Porque solo desde ese reconocimiento mutuo —profundo, humilde, desarmado— podrá surgir una humanidad verdaderamente inclusiva. Solo así encontraremos la clave para la gran reconciliación que hoy necesitamos: con nosotros mismos, con el otro, y con la Tierra.
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com
¿Quién vive en takiwatanga?
Un espacio-tiempo diferente
La extraña palabra que encabeza este artículo proviene del maorí, la lengua de los pueblos indígenas de Nueva Zelanda y no se refiere a un lugar, takiwātanga deriva de la expresión «tōku/tōna anō takiwā», que en dicha lengua significa: “en mi/su propio tiempo y espacio”.
El término fue acuñado por Keri Opai, lingüista, educador y autor maorí, como una forma más respetuosa, empática y humana de referirse al autismo o TEA (Trastorno del Espectro Autista). En lugar de centrarse en la supuesta “anormalidad” de quienes viven dentro del espectro, takiwātanga destaca que estas personas simplemente interactúan con el mundo desde una dimensión distinta, desde un espacio-tiempo propio.
No se trata de una enfermedad a tratar, sino de una forma diferente de ser, de percibir, de habitar la realidad. Esta mirada rompe con el paradigma médico tradicional que a menudo reduce a las personas a un diagnóstico, y propone una perspectiva profundamente inclusiva y humanizadora.
Pero esta noción va incluso más allá del TEA, lo que lleva a una pregunta esencial:
- ¿Acaso no vivimos todos en nuestro propio espacio-tiempo?
- ¿No interpreta cada ser humano la realidad desde su historia, su sensibilidad, sus heridas, sus anhelos y sus talentos únicos?
- ¿No es cada encuentro humano una confluencia entre dos mundos subjetivos, dos formas singulares de estar en el presente?
Todos somos distintos, y esa diferencia no debería verse como una barrera, sino como una riqueza. El problema surge cuando olvidamos esto y tratamos de forzar a los demás —y a nosotros mismos— a encajar en moldes rígidos de “normalidad”.
En la tradición maorí existe un gesto ancestral llamado hongi, un saludo ceremonial en el que dos personas se tocan la frente y la nariz, compartiendo el ha, el aliento de vida. En ese acto simple pero profundamente simbólico, el otro no es alguien a clasificar, corregir o juzgar, sino un ser con quien se comparte la humanidad.
Tal vez esa práctica nos deje una enseñanza urgente: la necesidad de mirarnos sin filtros ni etiquetas, sin juicios inmediatos. De abrir espacio para el encuentro genuino. De acercarnos no desde la corrección, sino desde la curiosidad respetuosa, la escucha profunda y la empatía.
Vivimos tiempos en los que la diferencia suele percibirse como amenaza. Lo distinto incomoda. Lo que no comprendemos, buscamos excluirlo. Pero quizá ha llegado el momento de dejar de combatir la diferencia y comenzar a reconciliarnos con la diversidad radical del ser humano.
Takiwātanga no es solo una forma más amable de nombrar el autismo. Es también un recordatorio poderoso de que cada persona tiene derecho a habitar su tiempo, a ocupar su espacio interior, a sentir y expresarse desde su verdad. Y si logramos acoger esa verdad en los demás, tal vez nos volvamos también más capaces de reconciliarnos con la nuestra.
Porque solo desde ese reconocimiento mutuo —profundo, humilde, desarmado— podrá surgir una humanidad verdaderamente inclusiva. Solo así encontraremos la clave para la gran reconciliación que hoy necesitamos: con nosotros mismos, con el otro, y con la Tierra.
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
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