¿A quién reporta el papa?
Reflexiones sobre jerarquía, poder y liderazgo
Resulta de lo más natural pensar que todo individuo que forma parte de una organización rinda cuentas a otro, a un superior, que este a su vez reporte a otro de mayor rango y así sucesivamente todos dentro de la estructura de la empresa o institución en cuestión.
Los esquemas organizativos típicos -organigramas- con sus jerarquías y líneas de mando, algunos de ellos con nombres y fotografías -personigramas- tienen su origen en las estructuras religiosas y militares. En ambos casos en la cima de la pirámide organizativa está alguien con mucho poder y capacidad de mando: un comandante, un general, un primer ministro, un rey o el patriarca de una determinada confesión religiosa.
¿Será que el líder de los católicos tiene también a quién reportarle, a quién rendirle cuentas?
Las respuestas a esta pregunta pueden ser variadas, desde «al consejo de cardenales», «a los propios fieles», hasta a quien sabe qué estructura singular que funcione tras los muros del Vaticano. Alguien podría responder también que le reporta «al Espíritu Santo» o «al mismísimo Dios».
No obstante, creencias aparte, existe otra posible respuesta, que le reporte a su consciencia, al Ser. Y esa es precisamente la posibilidad que exploro en este artículo.
Con nuestra vida moderna tan conectada e informatizada, el rol de los supervisores ha cambiado desde el de ser unos simples contenedores de información y administradores del poder, hasta los más modernos roles de coordinadores, facilitadores, mentores, coachs y «articuladores de esfuerzos».
La gestión del conocimiento, que otrora hacía tan importantes e imprescindibles a los supervisores y directivos, hoy en día ha dejado de ser el privilegio de estos para volverse una responsabilidad compartida. Motivo por el que la autoridad tiene ahora que cimentarse en algo más sólido, más singular, que el simple cúmulo de informaciones, ya que en la actualidad cualquiera puede conseguir consejos, referencias y métodos sobre lo que quiera en Google o en la cantidad de buscadores y aplicaciones informatizadas, y ahora de AI, disponibles.
El proceso de influir en los demás para que se esfuercen «voluntariamente» en hacer lo que se espera de ellos -el liderazgo- tiene que estar avalado por la capacidad del líder para comprender y gestionar la organización en su conjunto, de manera sistémica, con todas sus interacciones internas y externas, y por la capacidad de ver lo que es bueno para esta, lo que conviene al grupo y lo que beneficia al entorno. Todo lo cual demanda no solo una visión global y estratégica, sino sensibilidad y convicción para hacer lo correcto.
El liderazgo en esta época convulsa, y en particular el liderazgo político, no consiste solo en lograr que los demás asuman ciertos riesgos y sacrificios en pos de determinadas metas colectivas, sino, sobre todo, en servirles de modelo e inspiración con sus propias acciones y decisiones, y en anticipar el impacto que estas tendrían en todo el grupo y en el entorno.
La consciencia, esa capacidad de darnos cuenta, debería ser la dirigente suprema de los líderes de nuestro tiempo, la verdadera rectora de sus actos, para que puedan ganarse el derecho a dirigirnos, a conducirnos hacia «un mejor presente», mientras toman fuerza los sistemas autoorganizados; sin líderes.
Y no digo hacia «un mejor futuro», porque esa frase tan manida suele volverse la excusa perfecta para que los líderes requieran de sus subordinados soportar limitaciones y sacrificios que ellos mismos no son capaces de asumir, en aras a un supuesto «mejor futuro». Consciencia también significa entender que «la vida sucede aquí y ahora» y que el efecto de nuestras acciones y decisiones ha de tener consecuencias positivas en el presente, así como secuelas positivas en el mañana.
El verdadero líder y rector de nuestros actos y quien tendría que estar en la cima de la pirámide de nuestras vidas y de toda organización, dirigiéndolas, es nuestra consciencia, esa capacidad de percatarnos de lo que es bueno tanto para nosotros como para los demás.
Confiamos pues, que no solo el Papa reporte a su consciencia, sino que todo líder, de sí mismo o de otros, también lo haga. Que rinda cuentas a lo mejor de sí mismo, a sus convicciones y sus valores, y que sea un ejemplo de inherencia y de coherencia.
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com
Libro «Cómo llevar la luz al poder»
¿A quién reporta el papa?
Reflexiones sobre jerarquía, poder y liderazgo
Resulta de lo más natural pensar que todo individuo que forma parte de una organización rinda cuentas a otro, a un superior, que este a su vez reporte a otro de mayor rango y así sucesivamente todos dentro de la estructura de la empresa o institución en cuestión.
Los esquemas organizativos típicos -organigramas- con sus jerarquías y líneas de mando, algunos de ellos con nombres y fotografías -personigramas- tienen su origen en las estructuras religiosas y militares. En ambos casos en la cima de la pirámide organizativa está alguien con mucho poder y capacidad de mando: un comandante, un general, un primer ministro, un rey o el patriarca de una determinada confesión religiosa.
¿Será que el líder de los católicos tiene también a quién reportarle, a quién rendirle cuentas?
Las respuestas a esta pregunta pueden ser variadas, desde «al consejo de cardenales», «a los propios fieles», hasta a quien sabe qué estructura singular que funcione tras los muros del Vaticano. Alguien podría responder también que le reporta «al Espíritu Santo» o «al mismísimo Dios».
No obstante, creencias aparte, existe otra posible respuesta, que le reporte a su consciencia, al Ser. Y esa es precisamente la posibilidad que exploro en este artículo.
Con nuestra vida moderna tan conectada e informatizada, el rol de los supervisores ha cambiado desde el de ser unos simples contenedores de información y administradores del poder, hasta los más modernos roles de coordinadores, facilitadores, mentores, coachs y «articuladores de esfuerzos».
La gestión del conocimiento, que otrora hacía tan importantes e imprescindibles a los supervisores y directivos, hoy en día ha dejado de ser el privilegio de estos para volverse una responsabilidad compartida. Motivo por el que la autoridad tiene ahora que cimentarse en algo más sólido, más singular, que el simple cúmulo de informaciones, ya que en la actualidad cualquiera puede conseguir consejos, referencias y métodos sobre lo que quiera en Google o en la cantidad de buscadores y aplicaciones informatizadas, y ahora de AI, disponibles.
El proceso de influir en los demás para que se esfuercen «voluntariamente» en hacer lo que se espera de ellos -el liderazgo- tiene que estar avalado por la capacidad del líder para comprender y gestionar la organización en su conjunto, de manera sistémica, con todas sus interacciones internas y externas, y por la capacidad de ver lo que es bueno para esta, lo que conviene al grupo y lo que beneficia al entorno. Todo lo cual demanda no solo una visión global y estratégica, sino sensibilidad y convicción para hacer lo correcto.
El liderazgo en esta época convulsa, y en particular el liderazgo político, no consiste solo en lograr que los demás asuman ciertos riesgos y sacrificios en pos de determinadas metas colectivas, sino, sobre todo, en servirles de modelo e inspiración con sus propias acciones y decisiones, y en anticipar el impacto que estas tendrían en todo el grupo y en el entorno.
La consciencia, esa capacidad de darnos cuenta, debería ser la dirigente suprema de los líderes de nuestro tiempo, la verdadera rectora de sus actos, para que puedan ganarse el derecho a dirigirnos, a conducirnos hacia «un mejor presente», mientras toman fuerza los sistemas autoorganizados; sin líderes.
Y no digo hacia «un mejor futuro», porque esa frase tan manida suele volverse la excusa perfecta para que los líderes requieran de sus subordinados soportar limitaciones y sacrificios que ellos mismos no son capaces de asumir, en aras a un supuesto «mejor futuro». Consciencia también significa entender que «la vida sucede aquí y ahora» y que el efecto de nuestras acciones y decisiones ha de tener consecuencias positivas en el presente, así como secuelas positivas en el mañana.
El verdadero líder y rector de nuestros actos y quien tendría que estar en la cima de la pirámide de nuestras vidas y de toda organización, dirigiéndolas, es nuestra consciencia, esa capacidad de percatarnos de lo que es bueno tanto para nosotros como para los demás.
Confiamos pues, que no solo el Papa reporte a su consciencia, sino que todo líder, de sí mismo o de otros, también lo haga. Que rinda cuentas a lo mejor de sí mismo, a sus convicciones y sus valores, y que sea un ejemplo de inherencia y de coherencia.
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com
Libro «Cómo llevar la luz al poder»