Todos los días como por primera vez
Dándonos la oportunidad de cambiar
Le había citado para una entrevista de evaluación de su desempeño y de su potencial. Sobre mi escritorio reposaba un puñado de hojas blancas conformando lo que parecía ser un expediente, pero no se leía nada pues las hojas estaban volteadas.
Le dije a Carlos que, como su nuevo jefe, ya había revisado su expediente y que quería hablar sobre su futuro en la empresa.
Carlos, en actitud desafiante, se echó hacia atrás y comenzó a decir: “Entonces seguramente ya te habrás enterado que fui yo el que encabezó aquella protesta en la empresa por el cambio de horario. Y también aquella otra…” Embarcándose en relatar una retahíla de situaciones de las que yo no tenía idea ni, por cierto, mucho interés.
Una vez que terminó su arenga, le dije: “La verdad es que no quiero saber lo que has hecho hasta ahora, pero si lo que puedes llegar a hacer. Para mi está es tu historia”.
Acto seguido, volteé el fajo de papeles y le mostré que estaban en blanco. Le dije: “Para mi cuenta lo que puedas escribir aquí a parir de ahora. Tu expediente está en blanco. Decide que quieres poner en él. Y por cierto, que quiero promoverte a un cargo superior al actual, pues creo que tienes mucho talento”.
A continuación, el hombrón aparentemente seguro de sí mismo y que presumía de contestatario, se quedó inmóvil, su rostro enrojeció y comenzaron a brotar lágrimas por sus ojos y a rodar por sus mejillas.
Le pregunté sobresaltado sí se sentía bien, si necesitaba algo y bajando la cabeza me dijo entre sollozos: “sí, todo está bien; de hecho muy bien. Dame unos instantes”.
Respeté su petición. Ambos nos quedamos en silencio unos minutos, al cabo de los cuales pronunció estás palabras:
“Hace 13 años entré a esta empresa y en mi primer año cometí lo que parece haber sido un error, luchar por los derechos de mis compañeros. La empresa me etiquetó de conflictivo y en todos estos años no sólo no he podido quitarme de encima ese estigma, sino que me he hecho un digno acreedor de él. Ahora vienes tú a decirme que confías en mi capacidad y que mis errores del pasado no cuentan… Pues yo te digo: Gracias, nunca te fallaré!”
Y Carlos honró su promesa. A partir de ese día se transformó en un excelente trabajador y todos en la empresa celebraron su gran cambio.
¿Qué ocurrió? Pues que estuve dispuesto a verle con unos nuevos ojos, como por primera vez.
Esta experiencia se volvió una referencia fundamental en mi vida respecto a la posibilidad que tenemos de darnos a nosotros mismos y a los demás, la oportunidad de cambiar.
La mayoría de nosotros no nos relacionamos realmente con las personas que conocemos, sino con nuestras relaciones. Es decir, que más que vincularnos con los seres humanos de carne y hueso, lo hacemos con la historia compartida que tenemos con ellos.
Al proceder de esta forma, encasillamos al otro dentro de un conjunto de actitudes y comportamientos que le sujetan a una manera de ser y de conducirse. Y si el otro osa salirse de ese rol le reclamamos de inmediato:“No dejes de ser quien eres, ese al cual estoy acostumbrado”.
Hace unos años, alguien me cuestionaba el hecho de que estuviera contratando un proyecto con una persona que me había dejado mal en varias ocasiones. Le dije que pensaba que había cambiado y ella me preguntó: ¿Y cuántas veces más vas a confiar en él?
En ese momento me vino a la mente una cita que creo es atribuida a Jesús de Nazareth. Le respondí: 70 veces 7; es decir, tantas como sea necesario.
Quiero decirles que mi amigo cumplió con el trabajo dentro de la calidad y del tiempo acordado. Efectivamente había cambiado. De no habérmelo permitido, le hubiese impedido a él que se reivindicara en su trabajo.
Ver a las personas y, principalmente a los compañeros de trabajo, todos los días “como por primera vez”, les da la oportunidad de cambiar. Si lo hacemos, tal vez algún día al encontrarnos con ellos nos digan, como Oscar Wilde: “Discúlpame, no te había reconocido, es que he cambiado mucho.”
© 2024 Vladimir Gómez Carpio
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