Cabalgar la inteligencia artificial (Parte I)
No dejemos pasar la oportunidad
Al igual que con otros grandes cambios del pasado, con la Inteligencia Artificial, nuestra humanidad -y con ella las empresas- afronta la disyuntiva de apuntarse a una carrera desenfrenada por sacar provecho a las ventajas de automatizar las tareas, versus hacer frente a los cuestionamientos de carácter ético que plantean los saltos tecnológicos. Especialmente si se trata de cambios de las dimensiones y el alcance de los actuales.
Y al igual que en ocasiones anteriores, esto nos sitúa ante la extraordinaria oportunidad de descubrir qué es aquello a lo que en el fondo tememos, a ver si le ponemos remedio.
No me refiero a las consabidas objeciones de: “al mal uso que se le dé a esta tecnología”; “a la pérdida de nuestra privacidad”; “a la destrucción de millones de puestos de trabajo”; “a que la IA sea empleada por las élites para seguir sometiendo a sus congéneres”; o “a que las máquinas acaben dominando nuestra especie e incluso que puedan llegar a destruirnos”. No, no es a eso a lo que me refiero. Sino a lo que está detrás de todas esas amenazas, al “agente” capaz de llevarlas a cabo; a lo que hemos dado por llamar “la naturaleza humana”. Entendiendo por tal, el conjunto de características fundamentales y distintivas compartidas por todos los seres humanos.
Más allá del debate sobre si dicha naturaleza es innata o adquirida, si somos buenos o malos en esencia o si esta es universal o diversa, en lo que parece que estamos todos de acuerdo es en que esta no es inmutable, que podemos incidir en ella, moldearla, a través del entorno natural y cultural.
Y es aquí donde considero que surge el gran desafío de nuestro tiempo: abocarnos al despertar y al desarrollo de la consciencia, de esa rectora de nuestros actos que, cuando se encuentra “encendida”, vela por nuestro bienestar y por el de todos los demás. Esta ha sido la “variable independiente” de nuestro progreso, que se ha mantenido relativamente subdesarrollada durante nuestra evolución, puesto que escapa a nuestra vista al estar imbuida en el mismo observador de “la realidad”. Forma parte del filtro o cristal a través del cual miramos la vida.
Teorías en boga, apoyadas en descubrimientos recientes de la mecánica cuántica -la física de las partículas- apuntan a que pudiésemos estar viviendo en una “simulación”, en una especie de complejo videojuego, y que el mundo, la realidad percibida, pudiera ser una suerte de gran holograma. Concepto que, por cierto, no dista mucho del maya, término empleado en el yoga y la filosofía hindú, que se refiere a la ilusión que distorsiona nuestra percepción de la realidad.
De forma similar, otras líneas de pensamiento señalan que la idea de la separación, de que existimos de forma independiente de los demás, pudiese ser parte del mismo holograma, de la misma matrix que nos ha mantenido como hipnotizados hasta ahora debido a la manera en la que experimentamos la realidad. Debido a nuestro bajo nivel de consciencia.
Continua…
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com
Cabalgar la inteligencia artificial (Parte I)
No dejemos pasar la oportunidad
Al igual que con otros grandes cambios del pasado, con la Inteligencia Artificial, nuestra humanidad -y con ella las empresas- afronta la disyuntiva de apuntarse a una carrera desenfrenada por sacar provecho a las ventajas de automatizar las tareas, versus hacer frente a los cuestionamientos de carácter ético que plantean los saltos tecnológicos. Especialmente si se trata de cambios de las dimensiones y el alcance de los actuales.
Y al igual que en ocasiones anteriores, esto nos sitúa ante la extraordinaria oportunidad de descubrir qué es aquello a lo que en el fondo tememos, a ver si le ponemos remedio.
No me refiero a las consabidas objeciones de: “al mal uso que se le dé a esta tecnología”; “a la pérdida de nuestra privacidad”; “a la destrucción de millones de puestos de trabajo”; “a que la IA sea empleada por las élites para seguir sometiendo a sus congéneres”; o “a que las máquinas acaben dominando nuestra especie e incluso que puedan llegar a destruirnos”. No, no es a eso a lo que me refiero. Sino a lo que está detrás de todas esas amenazas, al “agente” capaz de llevarlas a cabo; a lo que hemos dado por llamar “la naturaleza humana”. Entendiendo por tal, el conjunto de características fundamentales y distintivas compartidas por todos los seres humanos.
Más allá del debate sobre si dicha naturaleza es innata o adquirida, si somos buenos o malos en esencia o si esta es universal o diversa, en lo que parece que estamos todos de acuerdo es en que esta no es inmutable, que podemos incidir en ella, moldearla, a través del entorno natural y cultural.
Y es aquí donde considero que surge el gran desafío de nuestro tiempo: abocarnos al despertar y al desarrollo de la consciencia, de esa rectora de nuestros actos que, cuando se encuentra “encendida”, vela por nuestro bienestar y por el de todos los demás. Esta ha sido la “variable independiente” de nuestro progreso, que se ha mantenido relativamente subdesarrollada durante nuestra evolución, puesto que escapa a nuestra vista al estar imbuida en el mismo observador de “la realidad”. Forma parte del filtro o cristal a través del cual miramos la vida.
Teorías en boga, apoyadas en descubrimientos recientes de la mecánica cuántica -la física de las partículas- apuntan a que pudiésemos estar viviendo en una “simulación”, en una especie de complejo videojuego, y que el mundo, la realidad percibida, pudiera ser una suerte de gran holograma. Concepto que, por cierto, no dista mucho del maya, término empleado en el yoga y la filosofía hindú, que se refiere a la ilusión que distorsiona nuestra percepción de la realidad.
De forma similar, otras líneas de pensamiento señalan que la idea de la separación, de que existimos de forma independiente de los demás, pudiese ser parte del mismo holograma, de la misma matrix que nos ha mantenido como hipnotizados hasta ahora debido a la manera en la que experimentamos la realidad. Debido a nuestro bajo nivel de consciencia.
Continua…
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
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