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Razón, trecho y destino

Los encuentros trascendentes de nuestra vida

A lo largo de nuestra existencia todos hemos conocido personas que se hicieron presentes en nuestras vidas por una razón, para andar juntos durante un trecho del camino, o porque nos unió a ellas un destino común.

Las personas del primer grupo aparecen y desaparecen de nuestras vidas, dejándonos, o bien una grata sensación, o por lo contrario una dura lección. Pero, en cualquier caso contribuyeron a modelarnos, a formarnos y a promover en nosotros algún aprendizaje existencial.

A esta categoría de conocidos y relacionados pertenecen todos esos amigos, maestros, guías, tutores, adversarios, competidores o enemigos, que se hicieron presentes en algún momento crucial de nuestra existencia por una razón, por un motivo particular. Y, una vez impartida su enseñanza y aprendida su lección, desaparecieron y no volvimos a saber de ellos.

Sin embargo, ese contacto fugaz fue lo suficientemente intenso y trascendente como para dejar en nosotros una impronta, una huella. Y cuando recordamos a esas personas -ya sea con agrado o con desagrado- en nuestro fuero interno reconocemos que después de dicho encuentro, nunca más fuimos los mismos. Es decir, que gracias a ellas cambiamos, nos transformamos.

Ellas conformaron uno de los momentos estelares de nuestras vidas. Repito, no necesariamente agradables, pero siempre constructivos, por cuanto contribuyeron a hacernos quienes somos hoy en día.

Luego está el segundo grupo, conformado por todas aquellas otras personas con las que andamos trechos más o menos largos de nuestras vidas, ya sea de manera continua o en forma espasmódica -entraron y salieron de nuestras vidas- experimentando su compañía ya sea con agrado o con cierta tensión. Esta es gente con los que llevamos a cabo misiones o encomiendas particulares, las cuales demandaron de cierto tiempo para su ejecución, bien sea que se tratara de un proyecto, de una familia, de una estadía en un lugar lejano, o de una formación.

En este segundo caso, la condición para que se haya dado el intercambio de conocimientos y experiencias a través de la relación, fue el que existiera una mayor exposición, un mayor tiempo de contacto. Estos seres puede que nos hayan ayudado a llevar pesadas cargas emocionales durante el camino, o que, por lo contrario, nos hayan ayudado a deslastrarnos de ellas. Pero lo que hizo posible el flujo de energía entre nosotros fue precisamente su proximidad, el tiempo que compartimos juntos. Fueron compañeros de recorrido, pero solo durante determinados trechos.

Una vez efectuado el intercambio energético, estas “citas cósmicas” finalizan y la relación se extingue. No sabemos por qué, pero por diversos motivos nos separamos de esas personas y no volvemos a relacionarnos nunca más; es como si la relación llegase a agotarse. Y algo de lo más singular es que no les extrañamos, no les echamos en falta, dejamos de pensar en ellos. Cumplieron su cometido en nuestras vidas, realizaron la “transfusión” energética necesaria y la relación concluyó.

Finalmente, está el tercer grupo de personas: los compañeros de destino. Aquí se encuentran esos otros seres a los que llamamos “hermanos del alma”, “amigos incondicionales”, “almas gemelas”, “familia espiritual”, “iguales”. El encuentro con estos seres siempre es motivo de celebración y de regocijo. Disfrutamos enormemente de su presencia y el intercambio con ellos siempre resulta nutritivo. Crecemos y nos desarrollamos gracias a que están allí, disponibles, accesibles.

Puede que sean de nuestro mismo sexo, en cuyo caso lo más probable es que se desarrolle entre nosotros un sentimiento de complicidad y de solidaridad irrestricta, o que sean de sexo diferente, en cuyo caso el sentimiento puede ir desde la hermandad hasta el romance y la atracción sin precedentes.

Los compañeros de destino comparten unos valores y un sentido de misión, y disfrutan grandemente de su mutua compañía. Ellos dan lugar a los momentos estelares más gratos en la vida de todo ser humano, ya que al pertenecer a una misma estirpe, se da una sincronía, una coincidencia de propósitos y de misiones, así como el reconocimiento instantáneo del otro. “Es como si le conociera de siempre”, es una de las expresiones con las que, con frecuencia, nos referimos a este tipo de encuentros.

¿Y cuál es la condición indispensable para que nos encontremos con los compañeros de destino?

Pues que cada quien sepa, en su corazón, hacia dónde se dirige; cuál es su destino. Para ello es indispensable reflexionar sobre nuestra identidad y sobre nuestros objetivos vitales, tomando consciencia que no somos algo estático, fijo, sino que “somos aquello en lo que nos estamos convirtiendo”. No somos sustantivos, sino verbos. No somos algo rígido, sino algo en movimiento.

Y cuando ese movimiento es consciente, deliberado, y conocemos hacía donde nos llevan nuestras potencialidades conscientes y nuestras fuerzas inconscientes, nos encontramos en posición de Crear nuestro destinoy de precipitar en nuestras vidas estos momentos estelares. Momentos que dejan huella en nuestras almas y que nos ayudan a valorizarnos y a experimentar tanto un sentimiento de totalidad, al sentirnos parte de algo más grande, como uno de complitud, al sentir que estamos completos y que nada nos falta.

© 2024 Vladimir Gómez Carpio
Consultor en Desarrollo Organizativo
www.soyvladimirgomezc.com
vladigom@hotmail.com

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