Play / Pause
“Tiempo para avanzar – Tiempo para esperar”.
La aspiración a mejorar algún aspecto de nuestras vidas parece ser una inclinación natural de todo ser humano. Las personas que dicen no tener aspiraciones y encontrarse satisfechas con lo que tienen, pueden estar viviendo en un agraciado estado de conformidad, o haber caído en alguna suerte de conformismo.
En el caso de la conformidad nos referimos a esos individuos que han alcanzado un equilibrio dinámico entre sus necesidades internas y lo que les proporciona de forma habitual su entorno. Ellos disponen de un nivel de vida acomodado, satisfactorio, que no les plantea retos o desafíos importantes y además han aprendido a disfrutar de lo que tienen.
Pero podría tratarse también de esos otros seres a quienes denominamos sabios, quienes llevan un estilo de vida sencillo y apacible, y practican el arte de aceptar la vida tal como les viene. Son personas contentas con lo que la vida les proporciona, aunque a algunos de nosotros nos parezca que viven dentro de una aparente escasez.
En el segundo caso, el del conformismo, es muy probable que se trate de personas que, afectadas por experiencias fallidas de su pasado, hayan desarrollado un mecanismo de defensa para protegerse: “Eso que me defraudó en otra ocasión, no me volverá a sorprender” –parecieran decirse a sí mismas.
Y como sucede con muchos otros mecanismos de la conducta, es posible que éste haya logrado arraigarse en un nivel profundo de la mente de la persona y que esta no tenga consciencia de su influencia; justificando su comportamiento con argumentos como: “esa es mi manera de ser”, “esta es mi filosofía de vida”, o “los ricos ya están completos”. Recordándonos a la zorra del cuento de Esopo, que después de intentar alcanzar un racimo de uvas verdes y no conseguirlo, se dice a sí misma: “Total, ¡no estaban maduras!”.
Pero, salvando los dos casos antes mencionados, todos, por lo general, nos proponemos lograr cosas en nuestra vida, hacer realidad nuestros sueños, alcanzar nuestras metas y esto sucede dentro de un proceso continuo: a una meta alcanzada le sucede otra y luego otra, y así hasta que llegado un punto dejamos de fijarnos metas y tener proyectos. A ese punto le llamo “la verdadera vejez”.
Pero mientras seguimos siendo jóvenes, mientras nos guiamos por metas y tenemos proyectos que nos ilusionan, seguimos más o menos los siguientes pasos para alcanzar lo que nos proponemos:
- Nos surge un deseo, un sueño o aspiración.
- Lo convertimos luego en una meta.
- Esbozamos a continuación un plan para lograrla.
- Procuramos los medios necesarios para ejecutar nuestro plan.
- Perseveramos en nuestros esfuerzos hasta conseguir la meta trazada.
Por cierto que la diferencia entre un sueño y una meta es que la segunda tiene fecha.
Toda persona que haya transitado los cinco pasos antes señalados, ha experimentado cómo durante la realización de sus sueños cae en momentos de estancamiento, en los que por más que se esfuerce las cosas no prosperan.
Una posible explicación a este fenómeno es que el nuevo estado al que nos dirigimos, representado por nuestra meta, necesita el ajuste de otros procesos concomitantes vinculados a nuestra vida; ya sea que los llevemos a cabo nosotros directamente o que los hayan puesto en marcha otras personas relacionadas. Es decir, el equilibrio que existía antes de iniciar la realización de nuestro plan, debe modificarse para dar cabida a una serie de cambios y adaptaciones que nos permitirán alcanzar el nuevo estado anhelado; conseguir nuestra meta.
Este fenómeno de espera o estancamiento demanda de nuestra parte la habilidad de distinguir cuando es tiempo de avanzar y cuando de esperar. Cuando debemos oprimir el botón “play” y cuando el de “pause” de nuestros esfuerzos.
Forzar actividades cuando no es el momento de hacerlo es tan absurdo como pretender cruzar una calle con nuestro vehículo, cuando ésta se encuentra obstruida por otros vehículos; o como pretender surfear sin olas. Pero cuando la vía está libre o surgen las olas, es el tiempo de avanzar en pos de nuestros sueños.
De manera que en la realización de nuestros sueños, no desesperemos cuando las cosas parecieran no funcionar, puede ser que nos encontremos ante unos de esos momentos de espera, de reacomodo de circunstancias y de procesos, necesario para la materialización de nuestros sueños. Aprendamos a discriminar entre los tiempos de avance y los de espera. Tengamos presente que podemos plantar una semilla, podemos regarla y nutrirla, pero no podemos apremiarla para que eche raíces o crezca antes de lo debido; tenemos que darle su tiempo.
Mantengámonos enfocados en nuestras metas, usando los botones de play y pause a discreción. La persona perseverante sabe que tarde o temprano disfrutará del placer de lograr lo anhelado; el premio que el Universo concede a sus esfuerzos. Premio al que aspira todo emprendedor, todo realizador de sueños.
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