País hemipléjico y gobierno homeopático
«Esto tiene que servirnos de algo»
Es bien sabido que en Venezuela la población se encuentra dividida con relación a qué sistema debería imperar para alcanzar el bienestar colectivo y la equidad social.
Por un lado, está una mitad que se encuentra entre asustada e indignada -cada vez menos asustada y más indignada- de ver como se le desprecia, se le niegan sus derechos y se le quita lo logrado, en aras de un proyecto que hasta ahora ha traído mucha más desgracia e infortunio que beneficios y progreso. Este grupo cree fundamentalmente en la democracia, la libre empresa y la iniciativa privada, para impulsar el desarrollo.
Mientras que, por el otro lado, está una mitad -cada vez menos mitad- que apoya una versión tropical de socialismo. Una que auspicia el rol preponderante del Estado en toda la vida nacional y que justifica el presidencialismo y las prácticas dictatoriales para lograr sus fines. Esta mitad se siente interpretada, reivindicada y favorecida. Ha encontrado un ideal, algo en lo cual creer y por lo cual luchar. Aunque, al igual que la otra mitad, hace ya tiempo que se está viendo afectada por los resultados de la gestión imperante.
Y en medio de ambos grupos están los de siempre: los oportunistas, esos que sacan provecho a cualquier situación. Mercenarios, que han hecho del dinero su bandera y a quienes poco importan las creencias e ideales de ambos grupos, pues ellos están en lo suyo: en comprar y vender bienes y conciencias, quedándose con una buena tajada.
De forma que ese país hemipléjico, que tiene paralizada la mitad de su organismo y que ahora presenta signos de que la parálisis va avanzando hacia la otra mitad, se acerca a un desenlace fatal: dar marcha atrás a un tratamiento que ha llevado a la paciente, que es Venezuela, a estos extremos de criticidad. Esto, debido fundamentalmente a la obra de un gobierno que quiero calificar de homeopático.
Y uso esta denominación porque la homeopatía, ese método supuestamente curativo, pretende reestablecer la salud de los pacientes aplicando la llamada ley de similitud o ley de los semejantes. La cual se fundamenta en la aplicación de pequeñas cantidades de sustancias que, si se administraran en grandes proporciones a un individuo sano, producirían los mismos síntomas que se pretenden combatir.
Llevado a un contexto social, sería algo así como que, ante un problema de desigualdad social, se podría intentar curarlo empobreciendo a alguien que tuviera riqueza, o sea, expropiándolo. O que, si hay problemas de inseguridad, se podrían crear brigadas dedicadas a delinquir, «controladamente», mediante intervenciones precisas del gobierno. O que, si en ocasiones la democracia no funciona, entonces habría que suprimir intencionalmente espacios democráticos para acabar con la falla.
¡Pero el método no solo no ha funcionado, sino que se les ha pasado la mano!
Creyeron que si aumentaban las dosis las cosas avanzarían, lo cual por cierto contradice los fundamentos de la homeopatía, mas lo que han hecho ha sido agravarlas aún más.
Los resultados están allí, a la vista: mayor inseguridad, empresas cerradas, escasez de todo tipo de productos, fuga de talentos, arbitrariedad en la administración de la justicia, inflación desatada…
No obstante, si algo me gustaría reconocerle al gobierno que ha tratado a Venezuela durante estos más de tres lustros, es que ha logrado sacar fuera una enfermedad que afectaba a toda nuestra sociedad: la desigualdad, la discriminación y el resentimiento ancestral. Ha sido capaz de realizar una purga de bajas emociones y sentimientos, que finalmente han podido ser expresados, que han podido emerger, que ya no se encuentran escondidos.
Sé que es difícil que en medio de tanta penuria los venezolanos logremos ver “el bien oculto” tras este mal aparente -como preconizaba la escritora y música venezolana Conny Méndez- pero esta catástrofe social generada por todos nosotros, gobernantes y gobernados, por nuestra acción y omisión, y que ha llevado al país a la situación en la que se encuentra, algún día la veremos como el movimiento de tierra necesario para la siembra de un nuevo país; uno más inclusivo, equitativo, educado y organizado.
Veremos como esa catarsis colectiva era precisa para la regeneración nacional y que la oportunidad está allí: un país por desarrollar.
Solo que tendremos que dejar atrás “lo que el viento se llevó”, las llamadas cuarta y quinta repúblicas, y comenzar a construir nuestro destino.
Para ello quiero invitarte a ti, venezolano, a que mires a tu alrededor, allí doquiera que te encuentres, y a que escojas un objeto, pequeño o grande, cualquiera que sea. Siempre y cuando no sea algo vivo. Es decir, quiero que escojas algo que no sea humano, animal, vegetal o mineral; cualquier otra cosa.
Independientemente de cual haya sido tu elección, desde un lápiz, hasta un edificio entero, quiero que te percates de porqué dicho objeto ha llegado a existir.
Que te des cuenta de que ese objeto existe porque la mente de un hombre o de una mujer fue capaz, primero, de imaginarlo y después, de perseverar hasta hacerlo realidad.
Es decir, toda creación humana, sigue más o menos el siguiente proceso:
- Alguien tiene una idea de lo que quiere crear.
- Realiza un boceto, un dibujo o un plano de cómo habría de ser.
- Lo convierte luego en un proyecto, señalando el método para conseguirlo.
- Después consigue los recursos necesarios para ejecutarlo.
- Y, finalmente, persevera hasta hacerlo realidad.
Entonces yo me pregunto: Si ese es el proceso que ha dado lugar a todo cuanto existe -con la excepción, repito, de los seres vivos -clones aparte- entonces ¿qué hacemos pensando tanto en lo que no queremos o en lo que perdimos? Si de lo que se trata ahora es de transformar nuestra realidad, pensando en lo que sí queremos.
Miremos hacia adelante y enrolémonos en la ingente tarea de reconstruir el país, en la hermosa gesta decrear nuestro destino. Cada quien desde el lugar en el que se encuentra. Y no con los recursos que tuvimos, esos ya no están, sino con lo que sí tenemos.
Y no vayamos a dejar fuera en este magno proceso los valores tan celosamente guardados por los cientos de miles de venezolanos que viven dentro del país chico o del país grande – el mundo- esperando la ocasión de poder resembrarlos.
¿Sabes que han tenido en común Martín Luther King, Gandhi, Nelson Mandela, Albert Einstein, Simón Bolívar, Lech Walesa, Enrique Tejera París y el Maestro Abreu?
Que tuvieron un sueño y se sintieron 100% responsables de hacerlo realidad.
¿No te sugiere esto un camino?
La imagen que ilustra este artículo proviene de la obra del pintor caraqueño Oscar Olivares, quien se planteó lograr a través de su arte, que el venezolano común se sintiera identificado con sus ilustraciones, al incluirlo en las mismas. Para ello resolvió mezclar lo cotidiano y personal con la bandera, uno de los símbolos de nuestra identidad colectiva.
Algo similar nos toca ahora a todos: ayudar con nuestro arte o nuestra técnica a reunificar el país, a incluirnos a todos en nuestros planes nacionales y a aplicar el método que ha seguido todo creador de una nueva realidad, descrito antes en este mismo artículo.
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