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Opinar es optativo

Tiempo de hablar; tiempo de callar

Luego de una reunión de trabajo en la que participaba como asesor, al salir de ella, Alirio, un colega, me abordó diciéndome: ¿por qué cada vez que alguien te pregunta algo, tú tienes que responder de inmediato?

Un poco sorprendido por su comentario le dije: “si estoy aquí como asesor se supone que eso es lo que vengo a hacer, responder a sus preguntas e inquietudes”. “No -me increpó- lo primero que tendrías que hacer es preguntarte porqué te preguntan lo que te preguntan y luego, decidir si respondes o no”.

Su cuestionamiento me hizo reflexionar y me llevo a profundizar en los motivos por los cuales las personas formulamos preguntas.

He aquí algunos de las causas más frecuentes que he podido identificar:

  1. Por un interés genuino de conocer la respuesta.
  2. Para retar la imaginación y estimular la creatividad y la búsqueda de soluciones a un problema.
  3. Para introducir un tema del cual se desea hablar; como preámbulo para luego expresar una opinión.
  4. Para medir a su interlocutor, para probarlo y, eventualmente, ponerlo en evidencia.
  5. Para desviar la atención del tema en discusión, porque no favorece al que pregunta.
  6. Para producir una pausa y una reflexión en medio de un debate, sin esperar respuesta (preguntas retóricas).
  7. Por pereza mental o para pasar al otro una responsabilidad que no le corresponde.
  8. Para matar el tiempo, por ganas de fastidiar.

En todos estos casos, incluyendo 1 y 2, seguir la recomendación de Alirio tiene mucho sentido. Todos ellos justifican un momento de reflexión antes de lanzarnos a opinar.

Mi padre tenía en casa un cartel frente a su biblioteca con este pensamiento: “Antes de poner la lengua a funcionar, asegúrate de haber encendido el cerebro”.

Y es que vivimos una época en la que el silencio está mal visto, genera sospechas. Lo popular es lo contrario hablar, opinar, criticar, y si es posible hacerlo con fuerza, con vehemencia.

La discusión pueril y el debate encarnizado son altamente apreciados por nuestra sociedad; el toma y dame. La elocuencia del orador es celebrada -y gana elecciones- mientras que el silencio del sabio y el prudente son menospreciados.

El individuo polémico es la estrella de nuestro tiempo, genera audiencias y sube el rating de los medios de sintonía -esos en los que el espectador se limita a eso a ser receptor, sin poder expresarse.

Tal vez la razón de esta costumbre – o manía- estribe en el hecho de que vivimos fundamentalmente en el mundo de la mente, de los pensamientos y de las palabras. Un mundo en el que no nos percatamos del observador que existe en cada uno de nosotros. Esa presencia silente y omnipresente que atestigua cada acto de nuestra vida y que denominamos “yo”.

Estamos tan sumidos en lo que pensamos y en lo que otros piensan y dicen, que no practicamos la escucha activa, y menos aún le ponemos atención a nuestros diálogos internos.

La práctica de la auto observación, nos lleva a tener consciencia de nosotros mismos y es una vía para aprender a decidir cuando es pertinente hablar y cuando callar. No olvidemos que tenemos la opción de elegir.

Y si decidimos incorporar a nuestra vida más momentos de silencio, no sólo lograremos escuchar lo que el otro dice, sino también lo que deja de decir. Podremos hacernos eco de la afirmación de Gibran Khalil Gibran, el poeta libanés, cuando dijo: “La realidad del hombre guarda silencio, no escuches lo que dice sino lo que calla”.

© 2024 Vladimir Gómez Carpio
Consultor en Desarrollo Organizativo
www.soyvladimirgomezc.com
vladigom@hotmail.com

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