Al rescate del sentido común
Dejando aflorar la cordura
Cuando en medio de una conversación alguien hace referencia al “sentido común”, no es extraño que alguno de los presentes suelte la frasecita hecha: “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Y que lo haga, además, con un aire de solemnidad, como quien pronuncia una verdad lapidaria.
El diccionario atribuye a la palabra “sentido” unos doce significados diferentes, tales como: los órganos de percepción -vista, oído, olfato, gusto y tacto-; las orientaciones opuestas de una misma dirección -una calle con circulación en doble sentido- y el modo de entender o juzgar algo, entre otros.
Es la última acepción señalada a la que quiero hacer referencia, puesto que al negar o cuestionar la existencia del sentido común, estamos suponiendo que la observación franca de los hechos y la formulación de juicios siguiendo una lógica elemental, constituyen eventos extraordinarios.
¿Qué ha ocurrido en nuestra civilización para que responder de manera franca ante las situaciones de nuestra vida se haya tornado una rareza?
¿Por qué en la comprensión de lo que nos sucede no procedemos con la inocencia de un niño?
¿Quién o qué secuestró nuestra cordura?
Explorando posibles respuestas a estas preguntas, he observado que, en términos generales:
- hemos sustituido el proceso de pensar por la repetición mecánica de consignas;
- hemos remplazado la reflexión por la comodidad de seguir una doctrina;
- hemos permitido que las creencias prevalezcan sobre la ciencia;
- hemos privilegiado la mente -el intelecto- sobre la consciencia.
La interpretación de la realidad, así como las decisiones resultantes de nuestros análisis y consideraciones, tendrían que estar menos condicionadas y ser más naturales.
¿Cómo conseguirlo?
La clave para rescatar la cordura en nuestro proceder diario puede que se encuentre oculta en la etimología del término. Cordura proviene de cuerdo y este a su vez del latín cordis -corazón-. La cordura vendría a ser “la cultura del corazón”.
Reducir la locura o demencia colectiva en la que se encuentra atrapada nuestra humanidad, podría convertirse en una realidad tangible si nos dejáramos llevar más por nuestro sentir y prestáramos mayor atención a la intuición; la voz del corazón.
Esta es una tarea que cada uno ha de emprender solo, animado por la convicción de que si queremos transformar nuestra realidad circundante, tenemos que comenzar por nosotros mismos; por convertirnos en “aquello que queremos ver en el mundo”.
Estar atentos a nuestros pensamientos y conectar con nuestra sensibilidad, conducen al afloramiento de la sensatez natural y nos ayudan a comprobar que el sentido común no es privativo de nadie, sino un legado de todos los seres humanos, solo que ha permanecido tapiado bajo el cúmulo de prejuicios, creencias y conveniencias de las que nos hemos ido llenando; en especial los habitantes de las ciudades.
La cantidad de informaciones que genera diariamente el mundo moderno, nos hace creer que estamos obligados a incorporar nuevos conocimientos de forma cada vez más rápida y eficiente, pero “la cultura del corazón” plantea un aprendizaje diferente: nos pide “aprender a desaprender”. Es decir, a soltar, desapegarnos, y dejar de identificarnos con todas aquellas ideas que hemos elaborado en torno al personaje que creemos ser: el ego.
Dichas ideas no han hecho sino limitarnos y restringir la genuina expresión de lo que realmente somos: espíritus viviendo una experiencia humana.
De esta experiencia conseguiremos graduarnos cuando realicemos el amor en nosotros. Entendiendo por amor: “unidad, orden, armonía”.
La cordura nos hará salir triunfantes de toda esta confusión que reina a nuestro alrededor, al manifestar el ser que mora en cada uno; nuestra verdadera esencia.
© 2024 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com
Al rescate del sentido común
Dejando aflorar la cordura
Cuando en medio de una conversación alguien hace referencia al “sentido común”, no es extraño que alguno de los presentes suelte la frasecita hecha: “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Y que lo haga, además, con un aire de solemnidad, como quien pronuncia una verdad lapidaria.
El diccionario atribuye a la palabra “sentido” unos doce significados diferentes, tales como: los órganos de percepción -vista, oído, olfato, gusto y tacto-; las orientaciones opuestas de una misma dirección -una calle con circulación en doble sentido- y el modo de entender o juzgar algo, entre otros.
Es la última acepción señalada a la que quiero hacer referencia, puesto que al negar o cuestionar la existencia del sentido común, estamos suponiendo que la observación franca de los hechos y la formulación de juicios siguiendo una lógica elemental, constituyen eventos extraordinarios.
¿Qué ha ocurrido en nuestra civilización para que responder de manera franca ante las situaciones de nuestra vida se haya tornado una rareza?
¿Por qué en la comprensión de lo que nos sucede no procedemos con la inocencia de un niño?
¿Quién o qué secuestró nuestra cordura?
Explorando posibles respuestas a estas preguntas, he observado que, en términos generales:
- hemos sustituido el proceso de pensar por la repetición mecánica de consignas;
- hemos remplazado la reflexión por la comodidad de seguir una doctrina;
- hemos permitido que las creencias prevalezcan sobre la ciencia;
- hemos privilegiado la mente -el intelecto- sobre la consciencia.
La interpretación de la realidad, así como las decisiones resultantes de nuestros análisis y consideraciones, tendrían que estar menos condicionadas y ser más naturales.
¿Cómo conseguirlo?
La clave para rescatar la cordura en nuestro proceder diario puede que se encuentre oculta en la etimología del término. Cordura proviene de cuerdo y este a su vez del latín cordis -corazón-. La cordura vendría a ser “la cultura del corazón”.
Reducir la locura o demencia colectiva en la que se encuentra atrapada nuestra humanidad, podría convertirse en una realidad tangible si nos dejáramos llevar más por nuestro sentir y prestáramos mayor atención a la intuición; la voz del corazón.
Esta es una tarea que cada uno ha de emprender solo, animado por la convicción de que si queremos transformar nuestra realidad circundante, tenemos que comenzar por nosotros mismos; por convertirnos en “aquello que queremos ver en el mundo”.
Estar atentos a nuestros pensamientos y conectar con nuestra sensibilidad, conducen al afloramiento de la sensatez natural y nos ayudan a comprobar que el sentido común no es privativo de nadie, sino un legado de todos los seres humanos, solo que ha permanecido tapiado bajo el cúmulo de prejuicios, creencias y conveniencias de las que nos hemos ido llenando; en especial los habitantes de las ciudades.
La cantidad de informaciones que genera diariamente el mundo moderno, nos hace creer que estamos obligados a incorporar nuevos conocimientos de forma cada vez más rápida y eficiente, pero “la cultura del corazón” plantea un aprendizaje diferente: nos pide “aprender a desaprender”. Es decir, a soltar, desapegarnos, y dejar de identificarnos con todas aquellas ideas que hemos elaborado en torno al personaje que creemos ser: el ego.
Dichas ideas no han hecho sino limitarnos y restringir la genuina expresión de lo que realmente somos: espíritus viviendo una experiencia humana.
De esta experiencia conseguiremos graduarnos cuando realicemos el amor en nosotros. Entendiendo por amor: “unidad, orden, armonía”.
La cordura nos hará salir triunfantes de toda esta confusión que reina a nuestro alrededor, al manifestar el ser que mora en cada uno; nuestra verdadera esencia.
© 2024 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com