Acción e inacción
Reflexiones en la India
El encuentro con la India siempre inquieta, perturba, sacude. Al menos a quienes vivimos en Europa o América.
Este inmenso país lo envuelve a uno en una mezcla de colores, olores, sabores y sonidos que nos saca de nuestro aceleramiento para meternos en su aletargamiento. ¿Cuál de estos dos estados es mejor? Diría que ninguno.
El nuestro, el de los países modernos, nos adormece con su incesante empuje hacia la búsqueda del éxito, del dinero y de la cantidad de cosas que nos han hecho creer que necesitamos para vivir. El de ellos, el de la India, los sumerge en la desidia, el abandono y la anulación del ego. Allí son tantos y tantos que muy pocos llegan “a ser alguien”.
La suciedad y el desorden son tales que sobrepasan. Buena parte de la India es un “caos organizado”, un flujo incesante de personas, vacas, rikshaws y bicicletas que conviven entre la basura, el polvo, un tráfico endemoniado y unos edificios desvencijados, coincidiendo cada tanto en mercadillos multicolores, pletóricos de especias, flores y cosas que comer.
Es este un continuo desfile de rostros agotados y miradas extraviadas, que acuden mecánicamente a su cita diaria con la supervivencia; debatiéndose entre rendirse ante un destino que ya ha sido escrito de antemano (el Karma) o congraciarse con alguno de los cientos de dioses que podrían ayudarles a cambiar las cosas -gracias a haber recitado sus mantras, encendido sus velas y quemado sus inciensos.
Por supuesto que este país no es sólo eso, es mucho más. Lo son también sus pujantes empresarios, su portentoso desarrollo tecnológico, su cultura ancestral, sus mentes esclarecidas, su sin igual Bollywood y cientos de cosas más.
Estoy convencido de que en la India se concedió un regalo especial a la humanidad, que se revelaron conocimientos y técnicas que pudieran permitir un singular cambio en nuestro nivel de consciencia.
La sabiduría contenida en sus libros sagrados ancestrales (los Vedas) y en sus rishis, sadhus y gurus recoge parte de ese regalo. No obstante, algo de ese legado pareciera haberse perdido en el camino, ya que la tan pregonada práctica de la renuncia, la entrega y el abandono al Ser, si bien habría de conducir al despertar y a la iluminación, también ha podido propiciar la apatía y el conformismo externos. Y si algo habríamos de esperar de seres esclarecidos, iluminados, sería que provocaran un amanecer para quienes estuviésemos dormidos, no que ellos mismos estuviesen aletargados.
Decía Osho, el místico hindú de Bhopal (Madhya Pradesh) que era más fácil que un occidental se iluminara a que lo hiciera un oriental, porque el primero tenía un ego que rendir, mientras que el segundo ni siquiera había podido conformarlo. ¿Es un ego fortalecido entonces un producto deseable de nuestra sociedad? ¡Da que pensar! Los psicólogos occidentales lo denominan autoestima.
¿Pero cómo dilucidar el dilema viviente que plantea la India? La verdad es que no lo sé, no encuentro cómo resolverlo, porque estando en la India si algo no quiere uno es pensar, sino tan sólo observar y dejarse estar. Y tal vez en ello estribe precisamente el gran obsequio que este subcontinente ha realizado al mundo: ayudarnos a dejar de pensar.
¿No es acaso en eso en lo que consiste precisamente la meditación, lograr por momentos ese estado placentero en el que cesa la actividad de la mente y con ella los pensamientos?
Puede que un día la acción de Occidente y la inacción de Oriente se encuentren en un punto medio y desde allí pueda surgir un nuevo entendimiento de nuestras vidas. Uno en el que nosotros frenemos nuestra absurda búsqueda de lo que creemos que nos falta y ellos por su parte decidan darse aquello que en realidad necesitan.
Este pareciera ser el camino emprendido por loables instituciones como la Fundación Vicente Ferrer y la Rural Development Trust, quienes están trayendo orden y organización a los pueblos de Anantapur en el sur de la India, enseñándoles a satisfacer sus necesidades pero respetando la cultura y los valores de sus pobladores.
“La pobreza no está para ser analizada, sino para ser resuelta”, reza uno de los textos grabados en roca en el lugar donde yacen los restos de Vicente Ferrer.
Su mensaje pareciera una contradicción. A una mente occidental le surge de inmediato el cuestionamiento: ¿Cómo vamos a resolver algo sin haberlo analizado antes?
Pero su recomendación está dirigida a evitar la “parálisis por análisis” esa manía que tenemos de darle vueltas y vueltas a los “grandes problemas de la humanidad”, pero sin implicarnos realmente. La suya es una invitación a actuar con la premura que el amor y la compasión reclaman.
Gracias a la FVF y a la RDT por ser uno de esos felices puntos de encuentro del mundo desarrollado materialmente con el mundo desarrollado espiritualmente.
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