Poniendo precio a los afectos
La caja gris de las relaciones interpersonales
En la ciencia, en ocasiones se habla de la «caja negra» para referirse a aquellos fenómenos en los que no se sabe exactamente qué pasa dentro de un sistema, aunque sí es posible ver cómo responde a determinados estímulos. Los científicos observan cómo algo reacciona a ciertas entradas (inputs), bajo unas condiciones específicas, y luego analizan los resultados (outputs), sin que necesariamente conozcan lo que sucede en el interior del sistema.
Ahora bien, en el caso de las relaciones humanas, pareciera que estuviéramos ante una «caja gris» en la que se mezclan dos tipos de intercambios: los efectivos, que tienen que ver con el dinero y los bienes materiales, y los afectivos, que se basan en el amor, el cariño y los gestos de afecto.
Los intercambios efectivos están constituidos por los acuerdos económicos que abarcan el canje de bienes y servicios, mientras que los afectivos los conforman todos esos gestos de amor y cariño que nutren nuestras relaciones, esos pequeños detalles que usamos para mostrarle a la otra persona cuánto nos importa.
En mi experiencia, he observado que en situaciones como divorcios, separaciones de parejas, rupturas de sociedades comerciales o disputas familiares por herencias u otros motivos, se produce algo curioso: en el momento de resolver los conflictos, los afectos a menudo se transforman en efectos, y viceversa. Es decir, personas que afirmaban que su relación se fundamentaba en el amor y el respeto mutuo, al momento de enfrentar un conflicto y tener que dividir bienes, recurren a una especie de inventario de los actos de amor que han realizado a lo largo de la relación. Esos gestos, que antes parecían desinteresados, ahora se perciben como algo que tiene un precio.
Este tipo de doble contabilidad está presente de una u otra forma en todas las relaciones, aunque no siempre se mencione abiertamente. Es como un cálculo inconsciente de lo que cada uno aporta a la relación y que no tiene nada que ver con el concepto del amor incondicional, que no espera nada a cambio.
Lo ideal, claro, sería que las relaciones fueran balanceadas, que cada uno aportara algo similar o proporcional a la relación y, si algo se desajustara, que se pudiera hablar de manera abierta y clara para restablecer el equilibrio. De no ser así, los afectos pueden quedar como «cuentas por cobrar», lo que podría generar resentimientos y explosiones emocionales inesperadas. Dichas explosiones, que suelen parecer desproporcionadas, son en realidad producto de una deuda afectivo-emocional que no se había expresado.
El problema con el debate subsiguiente es que, al tratar de ponerle un precio a los actos de amor, se entra en un terreno muy subjetivo y, por lo tanto, difícil de negociar. Para el deudor, ver que se les asigna un valor a esos gestos de amor no solo resulta inesperado sino irritante, ya que no hay forma objetiva de medirlos.
La clave para evitar escalar en estos conflictos es intentar gestionar las relaciones humanas de manera más transparente, separando claramente lo que son los intercambios afectivos y los intercambios materiales. Y si alguna vez nos damos cuenta de que, en nombre del amor, hemos estado «comprando afectos» mediante sacrificios y concesiones, es importante hacer un alto y preguntarnos si estamos siendo sinceros con nosotros mismos. Y, en cualquier caso, plantearnos el «precio máximo a pagar» en dicha relación. Ah, y por favor no confundamos esto con amor.
¿Será posible amar de forma incondicional?
Sin duda es una noble aspiración, pero mientras tanto, intentemos iluminar la «caja gris» de nuestras relaciones humanas. Reflexionemos sobre nuestros valores, motivaciones, prioridades y sobre la importancia relativa que damos a los intercambios materiales y a los afectivos. Esta distinción podría ayudarnos a entender mejor lo que sucede en el espacio complejo en el que procesamos nuestras vivencias y sentimientos, y, sobre todo, ayudarnos a jugar limpio en las relaciones interpersonales.
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com
Poniendo precio a los afectos
La caja gris de las relaciones interpersonales
En la ciencia, en ocasiones se habla de la «caja negra» para referirse a aquellos fenómenos en los que no se sabe exactamente qué pasa dentro de un sistema, aunque sí es posible ver cómo responde a determinados estímulos. Los científicos observan cómo algo reacciona a ciertas entradas (inputs), bajo unas condiciones específicas, y luego analizan los resultados (outputs), sin que necesariamente conozcan lo que sucede en el interior del sistema.
Ahora bien, en el caso de las relaciones humanas, pareciera que estuviéramos ante una «caja gris» en la que se mezclan dos tipos de intercambios: los efectivos, que tienen que ver con el dinero y los bienes materiales, y los afectivos, que se basan en el amor, el cariño y los gestos de afecto.
Los intercambios efectivos están constituidos por los acuerdos económicos que abarcan el canje de bienes y servicios, mientras que los afectivos los conforman todos esos gestos de amor y cariño que nutren nuestras relaciones, esos pequeños detalles que usamos para mostrarle a la otra persona cuánto nos importa.
En mi experiencia, he observado que en situaciones como divorcios, separaciones de parejas, rupturas de sociedades comerciales o disputas familiares por herencias u otros motivos, se produce algo curioso: en el momento de resolver los conflictos, los afectos a menudo se transforman en efectos, y viceversa. Es decir, personas que afirmaban que su relación se fundamentaba en el amor y el respeto mutuo, al momento de enfrentar un conflicto y tener que dividir bienes, recurren a una especie de inventario de los actos de amor que han realizado a lo largo de la relación. Esos gestos, que antes parecían desinteresados, ahora se perciben como algo que tiene un precio.
Este tipo de doble contabilidad está presente de una u otra forma en todas las relaciones, aunque no siempre se mencione abiertamente. Es como un cálculo inconsciente de lo que cada uno aporta a la relación y que no tiene nada que ver con el concepto del amor incondicional, que no espera nada a cambio.
Lo ideal, claro, sería que las relaciones fueran balanceadas, que cada uno aportara algo similar o proporcional a la relación y, si algo se desajustara, que se pudiera hablar de manera abierta y clara para restablecer el equilibrio. De no ser así, los afectos pueden quedar como «cuentas por cobrar», lo que podría generar resentimientos y explosiones emocionales inesperadas. Dichas explosiones, que suelen parecer desproporcionadas, son en realidad producto de una deuda afectivo-emocional que no se había expresado.
El problema con el debate subsiguiente es que, al tratar de ponerle un precio a los actos de amor, se entra en un terreno muy subjetivo y, por lo tanto, difícil de negociar. Para el deudor, ver que se les asigna un valor a esos gestos de amor no solo resulta inesperado sino irritante, ya que no hay forma objetiva de medirlos.
La clave para evitar escalar en estos conflictos es intentar gestionar las relaciones humanas de manera más transparente, separando claramente lo que son los intercambios afectivos y los intercambios materiales. Y si alguna vez nos damos cuenta de que, en nombre del amor, hemos estado «comprando afectos» mediante sacrificios y concesiones, es importante hacer un alto y preguntarnos si estamos siendo sinceros con nosotros mismos. Y, en cualquier caso, plantearnos el «precio máximo a pagar» en dicha relación. Ah, y por favor no confundamos esto con amor.
¿Será posible amar de forma incondicional?
Sin duda es una noble aspiración, pero mientras tanto, intentemos iluminar la «caja gris» de nuestras relaciones humanas. Reflexionemos sobre nuestros valores, motivaciones, prioridades y sobre la importancia relativa que damos a los intercambios materiales y a los afectivos. Esta distinción podría ayudarnos a entender mejor lo que sucede en el espacio complejo en el que procesamos nuestras vivencias y sentimientos, y, sobre todo, ayudarnos a jugar limpio en las relaciones interpersonales.
© 2025 Vladimir Gómez Carpio
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