Poniendo precio a los afectos
La caja negra de las relaciones interpersonales
Cuando se habla de caja negra, a la mayoría de las personas nos viene a la mente el dispositivo que registra y almacena la actividad de los instrumentos y las conversaciones en la cabina de las aeronaves -y de las locomotoras- durante esos momentos previos a un accidente. Y que permite analizar lo ocurrido, mediante la reconstrucción de las condiciones y de las actuaciones de los pilotos. Pero la caja negra a la que aquí nos referimos es otra.
Es una metáfora empleada por los científicos para explicar que en muchos de los fenómenos que se estudian, realmente no se sabe lo que sucede internamente. El científico se atiene es a constatar que cuando se reciben ciertas entradas (inputs) en un sistema, se obtienen ciertas salidas o respuestas (outputs), bajo determinadas circunstancias. Lo que pasa adentro se desconoce; es una caja negra.
Este mismo símil que se utiliza en ciencia sirve para explicar cierto comportamiento singular dentro de las relaciones humanas. Uno según el cual las distintas interacciones que tienen los individuos entre sí, pareciera que se sucedieran en dos dimensiones o categorías diferentes: la de los intercambios afectivos (IA) y la de los intercambios económicos (IE).
Los IA están constituidos por las diferentes expresiones de cariño y de amor que se dan entre las personas, por el conjunto de contactos físicos, gestos y detalles que nutren una relación y que no son sino una forma de hacer saber al otro cuanto le queremos, cuanto le apreciamos.
Mientras que los IE se refieren más bien al intercambio de bienes y servicios, así como a los pagos que realizamos por ellos. Los IE pertenecen al ámbito de los negocios puros y duros.
Pero una extraña conversión de afectos por efectos, y viceversa, se pone en evidencia durante algunos conflictos interpersonales. En esos momentos suele ocurrir que personas que dicen haber fundado su relación en el cariño y en el amor, ante una desavenencia particular sacan a relucir una contabilidad oculta, en la que los supuestos afectos que se prodigaban, resulta que tenían marcado el precio en alguna parte.
Esta doble contabilidad parece estar presente todo el tiempo en las relaciones humanas. Un cómputo inconsciente con el que cada quien va llevando el registro de lo que va aportando a la relación.
Lo ideal sería que existiera cierta simetría en la relación, que se realizaran aportes equivalentes. O bien que cuando se produjera una asimetría, la comunicación abierta y sincera permitiera establecer de nuevo el equilibrio, aclarando la situación.
De lo contrario, el saldo de las “cuentas por cobrar” en la relación, pudiera llevar al acreedor a explotar cuando menos se lo espere. En dichos casos, un simple incidente puede volverse “la gota que rebasa el vaso”, y es cuando el otro se entera del tamaño de su supuesta deuda.
La discusión subsiguiente se torna un auténtico diálogo de sordos, porque intentar fijar un precio a los actos de amor resulta irritante para el deudor y obedece, por supuesto, a criterios absolutamente arbitrarios.
De manera que procuremos manejar estos dos planos de las relaciones mediante cuentas separadas y si llegamos a percatarnos de que en realidad estamos comprando el afecto del otro con determinadas transacciones, establezcamos entonces el precio máximo a pagar. Y no llámenos a esto amor, pues amor es entrega, es el acto mediante el cual damos sin esperar nada a cambio. Por cierto: ¿será que alguien es realmente capaz de amar?
En el ínterin, tratemos de poner alguna lucecita para iluminar la caja negra de las relaciones humanas, para entender mejor lo que ahí ocurre. Explorar los valores, las prioridades de vida y la importancia relativa del dinero, puede aportar luz en ese oscuro recipiente que contiene la manera en la que cada persona procesa sus vivencias.
© 2024 Vladimir Gómez Carpio
Consultor en Desarrollo Organizativo
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