De qué está hecha nuestra sabiduría: «Sapientipos» (Parte IV)
El sapientipo introspectivo
Finalmente, tenemos el sexto tipo, el «INTROSPECTIVO».
En el sapientipo introspectivo, a diferencia de los otros cinco, el objeto del conocimiento está dirigido hacia adentro, pues en este caso el sujeto aprende de sí mismo mediante la indagación sobre su propia naturaleza, los rasgos de su personalidad, lo que le gusta o le disgusta y la manera en la que interpreta las cosas, al igual que otras características inherentes a su particular forma de ser.
El sapientipo introspectivo se activa cada vez que practicamos la reflexión, la auto observación y cuando estamos conscientes de nuestras propias emociones y sentimientos, así como cuando realizamos la auto—constatación emocional, a la cual hicimos referencia en una sección anterior del libro.
También funcionamos con este sapientipo al analizar los recuerdos de actos pasados —introspección retrospectiva— y reflexionar sobre los errores cometidos para aprender de ellos e identificar áreas por mejorar.
El sapientipo introspectivo se activa cada vez que sopesamos la experiencia consciente en el ámbito de lo sensorial, lo afectivo o lo imaginativo y tiene un cierto carácter de desdoblamiento, al asumir el individuo el rol de observador y sujeto del análisis a un mismo tiempo.
Mediante este sapientipo se logra el tan mentado autoconocimiento.
La hipótesis de los sapientipos, plantea que el conjunto de conocimientos que alberga cada persona provendría de estas seis clases o modos de captar información, los cuales se alternarían durante los aprendizajes dependiendo de la naturaleza de la información recibida, produciendo en el interior de cada uno una combinación singular de «colores» en los conocimientos, similar a la del famoso cubo de Rubik cuando se mezclan sus diferentes caras.
Será precisamente esta combinación particular de «tonalidades» la que determine las convicciones de una persona y en gran medida su subjetividad al percibir e interactuar con «la realidad».
Los mecanismos que operan para que nos decantemos por una determinada combinación de conocimientos al momento de abordar una situación son complejos, pero sabemos que intervienen procesos de asociación de ideas —por afinidad— junto a la necesidad de mostrarnos congruentes con nuestros valores e intereses. Y todo ello tiene un carácter adaptativo, de supervivencia del ego; la entidad que creemos ser y que intentamos preservar la mayor parte del tiempo.
También cabe suponer que el predominio de un determinado sapientipo en un individuo o grupo está relacionado con su personalidad y su bagaje cultural, y cada persona debería estar consciente del origen de sus convicciones para mantener un adecuado balance entre seguridad personal y flexibilidad. Dicho balance derivaría de comprender que el suyo es tan solo un punto de vista singular entre los muchos que existen.
Es probable que con el tiempo y debido a ciertas «trampas» o preferencias de la mente, la persona olvide el sapientipo a través del cual incorporó una determinada información y cómo esta pasó a ser parte de ese caleidoscopio singular de conocimientos que constituyen su base sapiencial, pero recordarlo le ayudará a sopesar la validez de sus juicios y lo acertado de sus decisiones.
La regla general por seguir pareciera ser: «estar atentos al origen de nuestros conocimientos y mantener un balance en su uso». Esta actitud quizás constituya un aspecto fundamental de lo que denominamos sabiduría.
Reconocer el origen de las informaciones que dan lugar a nuestra base de conocimientos —su etiología— nos permitiría validar nuestros juicios y opiniones y daría una mayor consistencia a las decisiones que tomamos, al reconocer la heterogeneidad de sus fuentes y al entender que probablemente no exista tal cosa como la verdad, sino tan solo versiones.
Nota: El texto de este artículo es parte del libro «Cumplir lo prometido, un poder para transformar la realidad», del autor.
© 2024 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com
De qué está hecha nuestra sabiduría: «Sapientipos» (Parte IV)
El sapientipo introspectivo
Finalmente, tenemos el sexto tipo, el «INTROSPECTIVO».
En el sapientipo introspectivo, a diferencia de los otros cinco, el objeto del conocimiento está dirigido hacia adentro, pues en este caso el sujeto aprende de sí mismo mediante la indagación sobre su propia naturaleza, los rasgos de su personalidad, lo que le gusta o le disgusta y la manera en la que interpreta las cosas, al igual que otras características inherentes a su particular forma de ser.
El sapientipo introspectivo se activa cada vez que practicamos la reflexión, la auto observación y cuando estamos conscientes de nuestras propias emociones y sentimientos, así como cuando realizamos la auto—constatación emocional, a la cual hicimos referencia en una sección anterior del libro.
También funcionamos con este sapientipo al analizar los recuerdos de actos pasados —introspección retrospectiva— y reflexionar sobre los errores cometidos para aprender de ellos e identificar áreas por mejorar.
El sapientipo introspectivo se activa cada vez que sopesamos la experiencia consciente en el ámbito de lo sensorial, lo afectivo o lo imaginativo y tiene un cierto carácter de desdoblamiento, al asumir el individuo el rol de observador y sujeto del análisis a un mismo tiempo.
Mediante este sapientipo se logra el tan mentado autoconocimiento.
La hipótesis de los sapientipos, plantea que el conjunto de conocimientos que alberga cada persona provendría de estas seis clases o modos de captar información, los cuales se alternarían durante los aprendizajes dependiendo de la naturaleza de la información recibida, produciendo en el interior de cada uno una combinación singular de «colores» en los conocimientos, similar a la del famoso cubo de Rubik cuando se mezclan sus diferentes caras.
Será precisamente esta combinación particular de «tonalidades» la que determine las convicciones de una persona y en gran medida su subjetividad al percibir e interactuar con «la realidad».
Los mecanismos que operan para que nos decantemos por una determinada combinación de conocimientos al momento de abordar una situación son complejos, pero sabemos que intervienen procesos de asociación de ideas —por afinidad— junto a la necesidad de mostrarnos congruentes con nuestros valores e intereses. Y todo ello tiene un carácter adaptativo, de supervivencia del ego; la entidad que creemos ser y que intentamos preservar la mayor parte del tiempo.
También cabe suponer que el predominio de un determinado sapientipo en un individuo o grupo está relacionado con su personalidad y su bagaje cultural, y cada persona debería estar consciente del origen de sus convicciones para mantener un adecuado balance entre seguridad personal y flexibilidad. Dicho balance derivaría de comprender que el suyo es tan solo un punto de vista singular entre los muchos que existen.
Es probable que con el tiempo y debido a ciertas «trampas» o preferencias de la mente, la persona olvide el sapientipo a través del cual incorporó una determinada información y cómo esta pasó a ser parte de ese caleidoscopio singular de conocimientos que constituyen su base sapiencial, pero recordarlo le ayudará a sopesar la validez de sus juicios y lo acertado de sus decisiones.
La regla general por seguir pareciera ser: «estar atentos al origen de nuestros conocimientos y mantener un balance en su uso». Esta actitud quizás constituya un aspecto fundamental de lo que denominamos sabiduría.
Reconocer el origen de las informaciones que dan lugar a nuestra base de conocimientos —su etiología— nos permitiría validar nuestros juicios y opiniones y daría una mayor consistencia a las decisiones que tomamos, al reconocer la heterogeneidad de sus fuentes y al entender que probablemente no exista tal cosa como la verdad, sino tan solo versiones.
Nota: El texto de este artículo es parte del libro «Cumplir lo prometido, un poder para transformar la realidad», del autor.
© 2024 Vladimir Gómez Carpio
www.vladimirgomezc.com