Matrices y pensamiento bidimensional
“Poniendo corazón a nuestros análisis”.
¿Cuántas veces hemos visto en un libro, revista o en Internet, representar gráficamente algún fenómeno físico, psicológico o social, en forma de dos dimensiones o variables, “X” y “Y”? Estamos acostumbrados a ver valores numéricos ubicados dentro de los cuatros cuadrantes de las famosas matrices, grids o retículas.
Nos encontramos con ellas en infinidad de casos: para contrastar las ventas de una empresa, versus sus precios; la tasa de empleo de un país, versus el crecimiento de su economía; la cantidad de aplazados en un colegio, versus las horas de clases impartidas; las unidades de producto defectuosas de una fábrica, versus las unidades vendidas. Y así en un sin fin de situaciones en las que buscamos reducir la complejidad de una situación a tan solo dos elementos, para poder gestionarla mejor.
Este tipo de método tiene la ventaja de que se enfoca solo en la relación causa-efecto entre solo dos aspectos de un fenómeno, identificando su tipo de dependencia. Pero al mismo tiempo, conlleva el riesgo del reduccionismo, esa tendencia que tenemos los seres humanos de ver las situaciones desde el lado que nos resulta cómodo, fácil, sencillo. Dejando por fuera toda una serie de elementos que participan igualmente en las relaciones causales de dichas situaciones.
¿Por qué caemos con tanta frecuencia en esta sobre simplificación de las cosas? ¿Será por pereza mental? ¿O será una característica de nuestro cerebro la de no lidiar con muchos elementos a un mismo tiempo?
Cuando escuchamos a los grandes físicos de nuestro tiempo decir que están en la búsqueda de un modelo “elegante”, que permita explicar las leyes que rigen el macrocosmos y el microcosmos, nos damos cuenta de que incluso esas mentes privilegiadas están haciendo lo mismo, tratando de simplificar las cosas para poder digerirlas.
Dicho en otras palabras, parece que más que querer saber cómo funcionan las cosas, lo que buscamos es dar con algún tipo de explicación que resulte manejable para nuestro cerebro, lo cual resulta por lo demás muy lógico.
Volviendo a las matrices, al enfocarnos demasiado en ellas, pudiéramos estar restringiendo deliberadamente nuestra percepción de la realidad, limitándola al mismo tiempo a uno solo uno de nuestros cinco sentidos, en este caso, a la vista.
Y digo la vista por lo siguiente: ¿Se ha dado cuenta usted de que las personas realmente no vemos en tres dimensiones, sino únicamente en dos? Prueba de esta aseveración la constituye el hecho de que, si hacemos una fotografía de lo que estamos mirando en un determinado momento, reflejará exactamente el plano que observamos en ese instante y esta será una imagen bidimensional.
O sea, que cuando creemos ver en tres dimensiones, lo que está pasando en realidad es que integramos en nuestro cerebro una sucesión de imágenes de dos dimensiones, dentro de una secuencia que nos permite inferir la existencia de una tercera. Pero lo que vemos a través del ojo no nos comunica directamente la presencia de esa tercera dimensión. Dicha conclusión es consecuencia de un proceso mental.
Quizás sea de allí, precisamente, de donde provenga nuestra fascinación por las matrices, debido a la “planaridad” de nuestra visión.
Pero hay otra manera de llegar a la conclusión de que existen tres dimensiones, sin necesidad de integrar planos de visión en nuestro cerebro, y esta es la de emplear otro de nuestros sentidos, el tacto. Veamos porqué.
Si al estar observando una imagen percibida como plana, tal como un florero, llevásemos nuestra mano detrás del objeto observado, tendríamos la información mediante el tacto, de que hay un espacio detrás de lo que nuestros ojos nos reportan. Procediendo de esta forma, habremos ampliado la comprensión de la realidad, al abordarla con más sentidos y así sabríamos que existe otra dimensión, solo que esta vez por comprobación y no por inferencia.
¿Que sucede también con el proverbial conflicto entre el corazón y la razón? ¿Será este otro ejemplo de nuestra comodidad congénita, de querer limitarnos a utilizar solo una parte de nuestra capacidad de comprensión, como lo es la razón, por resultarnos más fácil de manejar las cosas de esta manera?
¿Qué ocurriría si al analizar las situaciones que se nos presentan cada día, no solo las procesáramos con nuestra mente, sino también con el corazón? ¿Seríamos tan fríos y lógicos como hasta ahora, o actuaríamos con un mayor sentido de compasión?
Los descubrimientos científicos que nos hablan de que en el corazón existe todo un enjambre de neuronas y que su actividad ejerce un mandato sobre el cerebro, apuntan en la dirección de que, tal vez deberíamos hacerle caso a esas “razones del corazón que la razón no entiende”, como sentenciaba Pascal.
¿Consistirá en esto el despertar a la nueva conciencia, del que tanto se habla en estos tiempos?
Es cuestión de intentarlo, para escapar de la “bidimensionalidad” de nuestra visión y de nuestras apreciaciones exclusivamente mentales.
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